viernes, 14 de agosto de 2015

Como enseñar a dormir a un bebe sin dejarlo llorar


Un niño puede despertarse por muchos motivos durante la noche: Puede tener hambre, pedir afecto, porque esté incómodo o con dolor, pero también porque se haya despertado, quiera volver a dormirse y no sepa hacerlo sólo.

Cuando sale este tema muchos empiezan negando la mayor: "¿Y para qué quiero que mi hijo aprenda a dormir sólo?"

Yo, personalmente hace tiempo que no me dedico a juzgar a los demás. Tengo claro que existen muchas circunstancias diferentes en las familias, que pueden hacer que las mejor opción no sea la que en condiciones ideales pueda calificarse como óptima. Y cuando los padres me plantean cómo conseguir que su hijo aprenda a dormir sólo les explico lo siguiente.

Hay que entender dos cosas a mi modo de ver:

- En primer lugar, la forma instintiva de dormirse de los bebés incluye en su ritual a los padres. Especialmente, si toma pecho a demanda, a la madre. En ese sentido yo recomiendo no plantearse el enseñar a un niño a dormir solo mientras sea posible evitarlo. Hasta aquí llegan muchos defensores de la crianza respetuosa, entre los que me incluyo.

- Pero, hay situaciones en las que para que unos padres descansen (y en ocasiones también para que lo haga el hijo) hay que modificar ese instinto. Los motivos son muy variados. Pero como digo, no es mi papel juzgar a los padres decidiendo si en su caso está más o menos justificado. Lo que sí tengo claro es que si unos padres no descansan con una calidad mínima, a la larga el niño se va a ver afectado negativamente. Una de las causas más frecuentes es el inicio del trabajo por parte de la madre al acabar la baja maternal. En España, esa baja es claramente demasiado corta. Lo recomendable, como mínimo sería llegar a los 6 meses. Llegar a lo que tienen otros países europeos parece imposible...

Siendo como es esto, entiendo que hay padres para los que sin que su hijo aprenda a dormirse sólo, el ritmo de despertares nocturnos puede impedir un descanso mínimo "compatible con una existencia decente". Ante eso hay quien dice: "La prioridad es el bienestar del niño, y ser padres es sacrificarse". Lo que traducido a coloquial significa "ajo y agua..."

Pero, por favor, vamos a ser un poco menos radicales y a entender que si unos padres no descansan mínimamente, eso afectará negativamente al niño.

Muchos, aún así optan por mantener que la mejor opción es que los padres se sacrifiquen, porque la alternativa en España durante mucho años era el método Estivill, que resulta bastante agresivo. La verdad es que escribir todo un libro sobre este método tiene mérito. Porque consiste en resumen en que dejes al niño en la cuna y acudas a calmarlo dejando un tiempo que va en aumento (reloj en mano) entre asistencia y asistencia, hasta que el niño se resigna a que no lo vas a coger y se duerme entre sollozos. En la mayoría de las ocasiones (aunque funcione, que funciona) supone situaciones límite para el niño y los padres que ponen seriamente a prueba la relación afectiva entre ellos. Pero lo más grave a mi parecer, es que hay alternativas viables e infinitamente menos traumáticas para conseguir el mismo objetivo. Eso es lo que voy a explicar ahora.

En los que eligen que su hijo aprenda a dormirse sólo, ¿cuál es el objetivo?

Un niño puede despertarse por muchos motivos durante la noche:
Puede tener hambre, pedir afecto, porque esté incómodo o con dolor, pero también porque se haya despertado, quiera volver a dormirse y no sepa hacerlo sólo. Cuando unos padres se plantean que su hijo aprenda a dormirse sólo, no es para no acudir en cualquiera de esos casos. La intención es sólo que no sea necesario en el último. Si un niño llama a sus padres por hambre, necesidad de afecto, dolor o incomodidad, la única opción razonable es que sus padres resuelvan esas necesidades del niño.

En la mayoría de los casos de niños "que no duermen bien", los niños duermen bien, son los padres lo que no lo hacen. Y para el niño el problema es convivir con unos padres de mal humor.

Por tanto el objetivo para mejorar la calidad de vida de la familia (niños y padres) es reducir el número de despertares de los padres al mínimo necesario. Hacer compatible que se atiendan las necesidades del niño y que los padres tengan la mejor calidad de sueño posible.
Despertares de bebés que no lo son

Los niños son seres vivos. Se mueven, y hacen ruidos. Incluso durante el sueño. Cuando unos padres llevan varios meses sin dormir, llega un momento que ante cualquier signo de actividad del niño, el padre más cercano al niño (habitualmente la madre) de forma instintiva hace cosas para intentar que el niño se vuelva a dormir (hablarle, acariciarlo, mover la cuna...). Pero es que en muchos casos, el niño está en realidad dormido.

De hecho algunos de los despertares pueden ser provocados por hacer esas cosas. Los niños, como los adultos, tienen ciclos de sueño. En el caso de los bebés son más breves. A veces duran unos 45 minutos. Cuando sale de un ciclo de sueño y empieza el otro, pasa por una fase en la que se mueve más, hace más ruidos. Pero generalmente, sin llegar a despertarse. Si en ese momento hacemos algo que le estimule, podemos despertarlo con facilidad. En esto la regla es clara: "Si se mueve o hace ruidos, pero sigue tranquilo, no hagas nada."

Incluso en los padres que sabiendo esto no hacen nada, el resultado es que la madre se despierta cada vez que oye a su bebé hacer alguno de estos ruiditos. Y eso no son los 5-6 despertares que los padres suelen relatar como un problema para descansar. Pueden ser 15 ó 20 veces en una noche. Es decir, calidad de sueño = 0.

Ritual para dormirse
Para conseguir que el bebé, cuando se despierte y no tenga otra necesidad que dormirse, sea capaz de hacerlo sin ayuda, la clave es ¿cuál es el ritual que usa para dormirse?

Todos lo tenemos. Para dormirnos, necesitamos una serie de condiciones: Luz/oscuridad, horario, temperatura, lugar, postura, ruido o ausencia de él...

Hay una serie más o menos larga dependiendo de la persona. Y los bebés y niños no son una excepción. Si el ritual para dormirse implica la presencia de los padres, cuando el niño se despierte, va a reclamar esa presencia, simplemente porque quiere dormirse y son un elemento imprescindible para realizar el ritual que le permite hacerlo. Si tiene un ritual en el que la presencia de los padres no es un elemento esencial, cuando se despierte, si tiene sueño, volverá a dormirse sin pedir ayuda.
Y ahora la clave: ¿Como hacer el cambio?
Es decir, ¿cómo cambiar el ritual que traen los bebés de serie para dormirse, que incluye a sus padres, por uno en el que sean capaces de hacerlo sin ayuda?
Y lo principal, ¿cómo hacerlo sin que el bebé lo pase mal y no dañar la relación afectiva con sus padres? Es decir, sin llorar.

Como en la mayoría de los bebés, por desgracia, el punto de inflexión suele darlo el momento de la reincorporación de la madre al trabajo, voy a centrarme como ejemplo en esa situación. Ese momento está en la mayoría de los casos entre los 4 y 6 meses. En esta época es, además, cuando algunos padres empiezan a plantearse cuándo sacar al bebé a su propia habitación.

Vuelvo a aclarar. Si hacéis colecho y todos descansáis bien, este planteamiento sobra. Pero si vuestra calidad de sueño es pésima y eso repercute en vuestra salud o gravemente a nivel anímico, podéis intentar lo que sigue.

Vamos a ver cual es el ritual de sueño ideal para mejorar la calidad de sueño de los padres. Como hemos dicho, buscamos que los despertares de los padres sean los mínimos durante la noche. Y por mínimos se entiende aquellos en los que pueden hacer algo por su hijo (darle alimento, afecto o aliviar alguna incomodidad).

No sirve para nada al bebé que su madre se despierte cada vez que en sueños hace un gemido, ni cada vez que sale de un ciclo de sueño, si es capaz de entrar solo en el siguiente.

Para lo primero, la única solución es que la madre no oiga esos gemidos o ruidos normales del niño durante el sueño que no precisan que haga nada. Y eso no tiene más que una solución, y es que el bebé duerma en otra habitación. Cuando esto se hace, si el niño tiene hambre, quiere afecto a está incómodo con más de 4-6 meses va a llamar a su madre. Y no parará de hacerlo hasta que se alivie su necesidad. Y en esos casos hay que acudir lo antes posible y actuar en consecuencia.

En cuanto a que sepa conciliar el sueño en su cuna y sin necesitar a sus padres, es necesario el cambio de ritual. Para eso:

1º En su dormitorio, pon junto a su cama, un asiento cómodo para ti. Del que además no te cueste trabajo levantarte con tu bebé en brazos.

2º Cuando notes signos de sueño, acúnalo en brazos sentado en ese asiento de su dormitorio.

3º Cuando veas que está a punto de dormirse, ponlo en su cuna.

Pueden pasar dos cosas:

- Que se quede tranquilo en la cuna y se duerma a la primera. ¡Ya está! Pero eso sería lo fácil, y también lo menos frecuente.

- Lo normal es que conforme te levantas, o al echarlo en la cuna, te mire como diciendo "¿pero qué haces?" o se empiece a "mosquear". Aquí viene la diferencia radical con el método Estivill: Ni se te ocurra dejarlo llorar. Cógelo de nuevo y vuelve a acunarlo en brazos. Cuando vuelvas a ver que está a punto de dormirse, de nuevo a la cuna.

4º Repite esa operación, una y otra vez hasta que en una de las veces tu hijo se duerme en la cuna. Eso en algunas ocasiones son 3 veces y en otras 15.
¿Qué hemos conseguido?

Hasta este momento, tu hijo se dormía siempre en tus brazos, fuera de su cuna. Cada vez que se despertaba y quería volver a dormirse, necesitaba realizar su ritual para dormir: En tus brazos, fuera de su cuna.

Cuando conseguimos que se duerma en su cuna unas cuantas veces, hemos creado un ritual alternativo. A partir de ahora, puede elegir. Si las condiciones son que está en su cuna y tú no estás cerca, tiene la posibilidad de realizar sin ayuda su ritual alternativo. Le hemos dado una herramienta nueva.

Al estar durmiendo fuera de vuestro cuarto, no escucharás los ruidos normales que tu hijo hace durante el sueño, con lo que tendrás menos interrupciones en el tuyo.

Pero si tiene hambre, está asustado o desea tu afecto, o tienen dolor o incomodidad por algún motivo, te llamará como hacía antes. Y lo normal es que acudas para resolver su necesidad.

¿Algo más que pueda ayudar?

Hay varios detalles que a veces ayudan en este cambio:

El olor.
Una de los sentidos más desarrollados de los bebés es el olfato. Si las sábanas de la cuna de tu bebé las metes en tu cama y duermes con ellas la noche anterior a ponerlas en su cuna, van a oler a ti. Eso a algunos niños les hace adaptarse con más facilidad a su cuna y a su nuevo cuarto.

El chupe no. Intenta no introducir elementos nuevos en el ritual que el bebé no va a poder reproducir. Explicado claro. Si tu hijo no se dormía con biberón o con chupe, no lo uses para inducirle el sueño. Ya que si lo haces, como él sólo no va a poder buscar el chupe o el biberón para cogerlo, va a seguir necesitando tu colaboración para dormirse. Si lo usaba, al hacer el cambio intenta acunarlo sin chupe ni biberón, y acostarlo sin chupe.

Medicación. Hay medicamentos que se usan para intentar resolver los problemas de sueño en niños. Lo más usado son anti-histamínicos que dan sueño. Los menciono en último lugar, porque no son la solución. Pueden ayudar. Pero por sí solos no resuelven el problema. Haciendo lo anterior, si damos uno de estos medicamentos puede hacer que el número de intentos de echarlo a la cuna antes de que se quede dormido se reduzca. No menciono el nombre ni la dosis, porque lo mejor es que vuestro pediatra os recomiende el medicamento y dosis disponible en vuestro país. Pero lo fundamental en estos medicamentos es saber que puede prescindirse de ellos y que por sí solos no solucionan nada.
De nuevo os aclaro, hablando de sueño, a mi entender, en una familia la prioridad es que todos sus miembros tengan la mejor calidad de sueño posible. Hay muchos padres que hacen colecho con sus hijos y todos descansan bien. Cuando eso es así, todo lo escrito en este artículo, sobra. Hacer colecho.


Fuente: http://www.mipediatraonline.com/

Conmovedora carta de una madre tras experimentar la maternidad


Ser madre es toda una virtud pero que muchas mujeres no sabemos apreciarlo y simplemente nos cerramos a dar vida antes de experimentar esta hermosa gracia. Ignacia Sánchez explicó lo que significó para ella ser mamá a través de un escrito llamado“Si hubiera…” para Upsocl:

“Si hubiera sabido cómo se sentía la privación del sueño antes de tener hijos…

Si hubiera sabido la cantidad completa de fluidos corporales que tendría que limpiar a lo largo de la infancia de mis niños…

Si hubiera sabido cuánto rechinaría el sonido de “¿Mamá? ¿mamá? ¿mamá?” en mi mis nervios después de escucharlo pro más de un década…

Si hubiera sabido que algunas veces me demoraría más en el baño, sólo para tener unos minutos para mí misma…

Si hubiera sabido que aquellos momentos en el baño serían casi siempre interrumpidos por pequeños puños tocando a la puerta…

Si hubiera sabido cuán a menudo tendría que repetir las mismas instrucciones y corregir lo mismo una y otra vez…

Si hubiera sabido que cada remedio “perfecto” para el lloriqueo, los gritos, la desobediencia, la falta de respeto y la flojera, sería completamente inefectivo la mitad de las veces….

Si hubiera sabido que amar a tus hijos no significa que te gusten todo el tiempo…

Si hubiera sabido que algunas veces lloraría en la ducha, porque no habría ningún otro lugar más donde desahogarme…

Si hubiera sabido que al final del día estaría tan desconectada, que el sólo pensamiento de estar con mi esposo me causaría repulsión…

Si hubiera sabido que nunca más sería capaz de concentrarme por completo en algo más…

Si hubiera sabido que no se vuelve más fácil a medida que crecen, sino que más difícil de otras maneras…

Si hubiera sabido que casi todos los días me sentiría aterrada de estar fallando como madre de alguna forma…

Si hubiera sabido cuán verdaderamente implacable ser padres iba a ser…

Habría tenido a mis hijos de todas formas

Porque de no ser así…

No habría sabido el milagro que se siente tener un ser humano creciendo, desde una pequeña partícula hasta una persona completa, dentro de tu cuerpo.

No sabría que el olor de la cabeza de un recién nacido es la mejor evidencia de que existe el cielo.

No habría conocido la magia que es que un bebé se duerma en tus brazos y nunca querer dejarlo.

No habría conocido la emoción sin par de ver a tu hijo caminar, usar el baño, montar una bicicleta, o leer un libro entero por primera vez.

No habría sabido cómo el sonido de la risa de tu hijo puede alivianar el más pesado de tus días.

No habría sabido cómo una mirada inocente, de ojos completamente abiertos, puede derretirte hasta el piso.

No habría sabido cuán genial es presenciar el desarrollo gradual de una persona que has ayudado a traer al mundo.

No habría conocido el orgullo de ver a tus hijos navegar a través de situaciones difíciles, usando las herramientas y virtudes que ayudaste a inculcar en ellos.

No habría conocido la alegría pura que podría existir en la lucha constante de tratar de ser un mejor padre.

No habría sabido como el acto de criar a tus propios hijos podría ayudar a sanar tus propias heridas de infancia.

No habría sabido cómo perderse a ti mismo en la maternidad resultaría en encontrar una versión de ti mucho más profunda, fuerte y real.

No habría conocido el calor y dulzura de ser amada sólo como una madre puede ser amada.

No habría conocido el poder crudo y feroz de amar sólo como una madre puede amar.

Y no habría conocido que el dolor y las caídas del camino son superados por la hermosura, alegría y lo maravilloso del viaje”.

Convertirse en madre...


A veces es muy duro convertirse en madre.
Sí: vale la pena.
Sí: es la experiencia más poderosa que puede llegar a vivir una mujer.
Sí: nada te marca tanto como el momento en que sostienes por fin en brazos al hijo que acaba de salir de ti, deliciosamente sucio, húmedo, caliente, y te mira a los ojos como diciendo: te conozco.

Pero es duro.

Y no sólo se trata de la falta de sueño, de las secuelas del parto, de los cuidados que demanda un recién nacido (¡tan pequeñito y tan exigente!), ni siquiera del cóctel de hormonas que te deja turuleta hasta varias semanas después. Tampoco la falta de experiencia y la incertidumbre acerca de si lo estás haciendo bien o no, ni las propias dudas y comentarios de familiares bienintencionados pero que no hacen sino disparar tu propia inseguridad, tu miedo.

Es bastante más que eso. Es la ruptura total y repentina con tu propia identidad, con aquello que hasta el momento de parir te había definido: tus proyectos, tus ambiciones, tu trabajo, tus amigos, tu cuerpo, y todo aquello que llamabas tuyo. Tu tiempo. Tu vida.

Es mirarte al espejo mientras tu criaturita está prendada a tu pecho, y no reconocerte.

¿En qué momento te convertiste en esta mujer ojerosa que no tiene un minuto ni para darse una ducha? ¿Quién es ella? ¿Quién eres ahora?

Sigues siendo tú, sólo que una versión más grande de ti misma. Pero al principio no lo sabes. Al principio no te encuentras. No hay nada que logre vincular esta nueva vida tuya de cambios de pañal, tetadas a deshoras y canciones de cuna, con aquella otra vida que parece tan remota, aquella en la que ibas y venías a tu antojo, disponías de tu tiempo y te pertenecías.

Porque, claro, todo tu ser es ahora para otro. Y ese otro se está alimentando de ti, no sólo de tu leche, sino también de tus caricias, de tus canciones, de tus palabras, de tu calor. Y el tiempo pasa, desde luego que pasa. Llegará el momento en el que, sin darte cuenta casi, las tomas se acorten y las horas de sueño nocturno se alarguen. Tu bebé aprenderá a sostener la cabeza, luego a darse la vuelta, luego a gatear. El día menos pensado te regalará una sonrisa y pensarás que todo el esfuerzo ha sido poco.

Un día te dirá mamá. Lo verás correr en el parque, subirse solo al tobogán, jugar con otros niños, garabatear las primeras letras que te mostrará orgulloso. Y por nada del mundo querrás cambiarte por esa otra que eras, y que tan poco sabía acerca del amor.

¡Comparte por favor con otras Mamás! ¡Muchas gracias!

miércoles, 8 de julio de 2015

Carta de un hijo a todos los padres del mundo:


- No me grites: Te respeto menos cuando lo haces. Y me enseñas a gritar a mí también y yo no quiero hacerlo.
- Trátame con amabilidad y cordialidad igual que a tus amigos: Que seamos familia, no significa que no podamos ser amigos.
- Si hago algo malo, no me preguntes por qué lo hice: A veces, ni yo mismo lo sé.
- No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por tí (aunque sea para sacarte de un apuro): Haces que pierda la fe en lo que dices y me siento mal.
- Cuando te equivoques en algo, admítelo: Mejorará mi opinión de ti y me enseñarás a admitir también mis errores.
- No me compares con nadie, especialmente con mis hermanos: Si me haces parecer mejor que los demás, alguien va a sufrir (y si me haces parecer peor, seré yo quién sufra).
- Déjame valerme por mí mismo: Si tú lo haces todo por mí, yo no podré aprender.
- No me des siempre órdenes: Si en vez de ordenarme hacer algo, me lo pidieras, lo haría más rápido y más a gusto.
- No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer: Decide y mantén esa posición.
- Cumple las promesas, buenas o malas: Si me prometes un premio, dámelo, pero también si es un castigo.
- Trata de comprenderme y ayudarme: Cuando te cuente un problema no me digas: “eso no tiene importancia…” porque para mí sí la tiene.
- No me digas que haga algo que tú no haces: Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no me lo digas. Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
- No me des todo lo que te pido: A veces, sólo pido para ver cuánto puedo recibir.
- Quiéreme y dímelo: A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo.

Autor Anónimo

jueves, 7 de mayo de 2015

Si piensas que ser madre es difícil, este mensaje es para ti




Cuando amamos a nuestros hijos, nada es difícil. El amor mueve el mundo y mueve el mundo para nuestros hijos, solo necesitamos eso para poder guiarlos.

Ser madre: ¿instinto o vocación?

Desde que somos pequeñas, muchas de nosotras jugamos a ser mamás. Esa pequeña muñeca o muñeco es nuestro primer hijo; con las facilidades que nos da la edad la cuidamos, la alimentamos y velamos por ella. Con el paso del tiempo y llegamos a la adolescencia la dejamos de lado, son otros los intereses que tenemos; ya no pensamos en ser madres, salvo cuando llegamos a una edad adulta en la que sentimos la necesidad de la maternidad. Digo que sentimos la necesidad porque en mi caso fue así; me casé cuando tenía 22 años, dentro de nuestros planes estaba tener nuestro primer hijo después de 5 años de casados. Unos meses antes de quedar embarazada, mi esposo y yo bromeábamos al imaginarnos cómo sería tener un bebé; empezamos a crear ese espacio que necesitaba ser ocupado. Sin planearlo, cuando cumplimos 11 meses de casados quedé embarazada; mi hijo llegó cuando tenía 24 años.

Cuando tuve a mi hijo en brazos por primera vez, lo único que hice fue contemplarlo y comprobar, una vez más, el infinito amor que tiene Dios para nosotros que nos confía a uno de sus hijos para que podamos criarlo en amor y rectitud. Como leí en un texto “la vida no viene con un manual de instrucciones, viene con una mamá”; una mamá que cuando es primeriza desconoce prácticamente todo, una mamá que crece y aprende con su hijo.
¿Soy una buena madre?

Muchas veces me he preguntado sí soy buena madre, sí estoy cumpliendo y retribuyendo la confianza que Dios puso en mis manos al darme uno de sus hijos; sí estoy enseñándole a ser una buena persona, porque ciertamente también soy humana y puedo cometer errores. Puedo decir que todos los días encuentro la respuesta a esa pregunta al ver a mi hijo sano y amoroso. Sé que hay días difíciles, en los que nuestro rol de madre puede verse complicado con las ocupaciones de la casa, del trabajo, de la escuela; acciones que se confabulan entre sí para hacernos perder la cabeza. Solemos tener situaciones en las que no sabemos qué hacer, cómo reaccionar; sin embargo, es en esas circunstancias cuando más recuerdo que nuestro Padre Celestial no nos da mandamientos sin antes prepararnos el camino; camino en el que nuestra prioridad debe ser nuestra familia, nuestros hijos y así cumplir con el mandato de ser madre.
Cuando el amor tiene cobertura de sacrificio

Es verdad que para conseguirlo debemos renunciar a algunas cosas a las que quizá estuvimos acostumbradas, como el salir o reunirse con amigas, salir en la noche o simplemente estar sentadas en un sofá leyendo un libro; cosas que quizás no son tan importantes para nuestro desarrollo personal, como lo es el ser madre y criar un hijo. Ese hijo que ve en nosotros un ejemplo y sobre el cual ejercemos una influencia incalculable; al criar a nuestros hijos con amor, estamos criando hombres de bien.

No lo podemos hacer todo, no tenemos la solución a todo, no podemos enseñarles todo, pero podemos amarlos infinitamente, entenderlos y ayudarlos en todo con amor, ese amor que nos dejará decir, definitivamente, que ser madre no es para nada difícil.

Carta de una mamá a sus hijos - por Isabel Allende.


Siempre que quieren hablar de madres en la televisión muestran mujeres con chicos en los brazos, sonrientes, dulces, cariñosas, sin una pizca de cansancio, espléndidamente maquilladas y a eso agregan maravillosas frases de posters. ¡Mentiras! Las mamás no somos abnegadas amantes del sacrifico y aguerridas guerreras que todo lo pueden. Las mamás lloramos abrazadas a la almohada cuando nadie nos ve, pedimos la epidural en el parto y puteamos en 17 idiomas cuando tenemos que poner el despertador a las 2 de la mañana para ir a buscarlos a una fiesta. Cuando les decimos que no se peleen con ese compañerito que les dice 'enano' o 'cuatro ojos', y les damos toda clase de explicaciones conciliatorias, en realidad querríamos tener el cogote del pequeño verdugo entre nuestras manos. Y también pensamos que la vieja de geografía es un mal bicho cuando les baja la nota porque no saben cuántos metros mide el Aconcagua que, al final, a quién cuernos le importa. Pero no lo podemos decir. No es que nos encante pasarnos horas en la cocina tratando de que el pescado no tenga gusto a pescado y disimulando las verduras en toda clase de brebajes, en lugar de tirar un Patty a la plancha, es que tenemos miedo de que no crezcan como se debe. No es que nos preocupe realmente que se pongan o no un saquito, es que tenemos miedo de que se enfermen. Porque ser mamá no tiene que ver con embarazos, pañales y sonrisas de aspirinetas. Tiene que ver con querer a alguien más que a una misma. Con ser capaz de cualquier cosa con tal de que ustedes no sufran. NADA, nunca, jamás. Ustedes nos hacen felices cuando les encantan nuestras milanesas, cuando nos consideran sabias por contestar todas las preguntas de los concursos de la tele. Cuando vienen llorando a gritos porque se rasparon la rodilla y nos dan la posibilidad de darles consuelo y curitas. Cuando recién levantadas nos dicen, qué linda que estás, mamá. Ustedes nos hacen mejores. Nos dan ganas y fuerzas. Nos comeríamos un gurka crudo antes de que les toque un dedito del pie. Nos lavamos la cara y salimos del baño con una sonrisa de oreja a oreja para hacerles saber que la vida es buena, aunque nos vaya como el reverendo... Cantamos las canciones de Chiquititas y vemos Barney y escuchamos a Los piojos y compramos Nopucid y repasamos 500 veces la tabla del 2 y arreglamos el carburador para llevar a los pibes a fútbol, a inglés, a dibujo, a la psicóloga, a básquet, a volley, a danzas, a la casa de la amiga, a la maestra particular, al dentista, al médico, a comprar un pantalón. Y armamos 24 bolsitas con anillitos y pulseritas y tratamos de que la torta parezca un Pikachu y nos buscamos otro trabajo y sacamos créditos y nos compramos libros y vamos al psiquiatra y al pediatra y a los videos y negociamos con los maestros y los acreedores y recortamos figuritas y estudiamos junto a ustedes ríos, provincias, las capitales de los países de Europa y nos ponemos lindas y nos enojamos y nos reímos y nos salimos de quicio y nos convertimos en la bruja y la princesa de todos los cuentos. SOLO Y EXCLUSIVAMENTE PARA VERLOS FELICES. VERLOS FELICES ES LO QUE NOS HACE FELICES. Ojalá pudiéramos pegar el mundo con cinta scotch (como el velador que cayó en combate en la última guerra de pijamas party), para que fuera un lugar mejor para ustedes. GRACIAS POR HACERME SU MAMÁ. GRACIAS POR HACERME TAN IMPORTANTE. Gracias, por esas porquerías que hacen en el colegio con corchitos y escarbadientes (que casi nunca entiendo para que sirven, pero guardo religiosamente) gracias por los abrazos, los besos, las lágrimas, los dolores, los dientes de leche, las cartitas, los dibujos en la heladera, el Amoxidal de tantas noches sin dormir, los boletines, las plantas rotas del jardín por jugar a la pelota, por mi maquillaje arruinado por ser usado para jugar a la mamá, por las fotos de la primaria.
Son mis mejores medallas.
Gracias porque LOS AMO.
Y ese es el amor que ME HACE GRANDE.

Felicidades Mamás!



A las que les cambió la vida el mismo día en el que le salieron dos rayas al predictor. A las que se pasaron medio embarazo vomitando y el otro medio con ardores. A las que engordaron 20 kilos y no encontraban postura en la que vivir. A las que disfrutaron de las bondades de la epidural y a las que sufrieron una a una las contracciones de la muerte.

A las que le entregaron un bebé al que no tenían muy claro cómo mantener con vida. A las que se emocionaron junto al papi cuando la habitación del hospital por fin se quedó vacía. A las que llenaron la casa de cachivaches que en realidad no servían para nada. A las que tenían miedo de no hacerlo bien. A las que cambiaron las noches de juerga por las noches de insomnio.

A las que aprendieron a cambiar pañales a la velocidad del rayo. A las que dejó de importarles llevar la camisa con manchas de leche y otras sustancias innombrables. A las que llenaron el armario de peleles. A las que se metieron por primera vez en una cocina para hacer un vegetal. A las que aprendieron a hacer malabarismos para sobrellevar los cambios. A las que lloraron de desesperación y estrés.

A las que se emocionaron en el espectáculo de Navidad del cole y rieron como locas viendo a sus pequeños bailar. A las que mandan vídeos de sus niños por whatssap. A las que perdieron la vergüenza y el ridículo para arrancar una sonrisa. A las que cantan a voz en grito por la calle. A las que cuentan mil cuentos cada noche. A las que llevan el bolso hasta arriba de envoltorios de chicles y restos de gusanitos.

A las que han hecho de Caillou y Dora nuevos miembros de la familia. A las que se inventan historias de princesas valientes a la entrada del médico. A las que cada noche sortean juguetes por el suelo y se hincan el mobiliario de la Casa de Minnie en la planta de los pies. A las que no disfrutan de un baño en solitario desde el 96 y se resignan a una ducha rodeada de muñecos de goma.

A las que gritan como locas en plena calle para que los nenes no se acerquen a la carretera. A las que se despiertan en la noche para comprobar que siguen respirando. A las que tienen plaza fija en el pediatra. A las que se levantan veinte veces de la mesa para atender a la prole. A las que se emocionan cuando les abrazan unos bracitos rechonchos y les acarician unas manos pegajosas. A las que echan de menos la libertad y apenas pasan una noche fuera, gastan la batería del móvil.

A las que fueron escrupulosas y ahora no hay mejor manera de despertarlas que con un beso baboso. A las que se quejan de la mala vida maternal y planean cuándo buscar otro. A las que tienen la espalda destrozada y siguen jugando a los caballitos. A las que organizan fiestas sorpresa de cumpleaños. A las que juegan al escondite pasados los 30. A las que se derriten con una mirada somnolienta y una sonrisa de dientes de leche. Y en definitiva a todas aquellas, que acumulan ojeras, estrés, mala vida y un montón de momentos maravillosos que son los que hacen que, efectivamente, todo este trajín merezca la pena.



Fuente: mimitosdemama