¿Qué es la felicidad? Muchos adultos la perciben como un sueño inalcanzable, otros la vinculan a determinados objetivos, los más optimistas opinan que la felicidad no es un estado, sino una forma de vivir… Pero, ¿dónde está la felicidad? Durante siglos, filósofos, psicólogos y místicos han buscado la solución al enigma sin encontrar una respuesta convincente. Nosotros la hemos encontrado.¿Quién nos ha revelado la fórmula? Como no podía ser de otra manera, un niño.
Cuando llegamos al mundo, estamos libres de prejuicios y condicionamientos sociales.Somos capaces de vivir cada momento sin esperar nada, sin crearnos expectativas. Con el tiempo, la sociedad se encarga de cambiar estos esquemas mentales y nos convertimos en seres deseosos de tener lo que no tenemos, de sentir lo que no sentimos, de vivir como no vivimos. Es entonces cuando empezamos a pensar que, cuando tengamos lo que todavía no tenemos o cuando sintamos lo que todavía no sentimos, entonces y sólo entonces, seremos felices.
Un bebé no entiende de ambiciones, de objetivos, de futuro. No sabe lo que vendrá, pero tampoco le importa. Un bebé sólo necesita una cosa para poder sentir eso que llaman felicidad: el amor de su mamá. A su lado, no hay juguetes, ni golosinas, ni objetos capaces de compararse a la experiencia de sentirse seguro y querido en los brazos de su madre.
Algo deberíamos aprender los adultos de estos pequeños sabios. La felicidad no la encontraremos al alcanzar una meta, o puede que sí, pero, ¿para qué esperar a cruzar esa línea para sentirla?
Cuando seamos capaces de sentirnos felices en cada uno de los pasos que damos en nuestro camino, cuando aprendamos a ver lo bonito en las pequeñas cosas de la vida, cuando nos sintamos agradecidos, cada día, por el cariño de nuestros amigos o el amor de nuestros padres o de nuestra pareja, habremos aprendido la lección que nos da este bebé:
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