lunes, 7 de abril de 2014

Mamá se nace, papá… se hace.



El fin de semana pasado tuvimos un casamiento; el octavo casamiento al que fuimos invitados en el último mes y medio. Confieso que, a diferencia de años anteriores, esta vez, viví esta seguidilla con un poco de estrés. Yo; mi esposo ni se dio por enterado.

Tras darle vueltas al asunto para comprender este cambio, lo conversé con amigas, cuñadas, madre, suegra, la señora que está en casa, mis primas y compañeras de laburo. Todas llegamos a la misma conclusión: mamás se nace, papá…se hace (en el mejor de los casos, durante un largo primer año). Y por eso, mientras ellos “se van haciendo” padres…nosotras, pagamos las consecuencias.

Nosotras tenemos un entrenamiento de 9 meses y salimos a la cancha con el bebe en brazos, ya entendiendo algunas cosas “porque sí”, por el famoso “instinto materno” o porque nos determinamos que debemos entender a ese bebé, aceptamos naturalmente que la maternidad implica algunas resignaciones, que se alterará nuestro día (el trabajo, nuestros “tiempos libres”, nuestro tiempo de club, salida de amigas o de mirar lo que cuernos se nos cante en la tv), y nuestra noche (porque, bien lo dicen las viejas, desde que tenés un hijo no dormís profundo NUNCA más). En definitiva, aceptamos y nos amigamos con el cambio de vida…porque queremos ser mamás.

Ellos se empiezan a dar cuenta que son padres cuando tras el parto, te ven hecha una piltrafa mientras te cosen ahí, y se tienen que hacer cargo de sostener un segundo a esa cosita divina de tres kilos que aún está en posición fetal. Lo hacen con torpeza, porque les resulta más extraño eso que levantar a upa al perrito del vecino. El click lo hacen mucho tiempo después…y creo que nuestra misión es hacerlos caer antes, para que no lo hagan con el vals de los 15 años de la nena.

Hace año y medio, aún embarazada, recuerdo haber visitado a una amiga recién parida y que me comentara que a veces “envidiaba” a su marido cuando, luego del trabajo, llegaba a la casa, jugaba 15 minutos con el gordo y le decía: “gordita, salgo a correr”. En el momento no entendí ese sentimiento de mi amiga, me resultaba un poco fuerte que pensara así teniendo un hijo sano, divino, regordete y lleno de energía. Pero cuando llegó Alfonsina comprendí a qué se refería. El tipo se había convertido en papá (por definición: porque su esposa había tenido un hijo de ambos), pero aún no se había enterado. Laburaba las mismas horas de siempre, salía a comer con amigos igual que todos los jueves de su vida y llegaba, tras una extensa jornada laboral, con ganas de hacer deporte. Y lo hacía. Además de eso, tenía un bebé divino de un mes en su casa, para mimar y jugar. Un crac.

Y es que ellos, con la excusa de que no tienen teta, no son los primeros responsables en levantarse cuando el bebe llora de madrugada, por lo menos en la primera etapa. Y así, al mismo tiempo que van ganando libertad, nosotras ganamos responsabilidades, hasta que el modo de operar se vuelve natural, las obligaciones de cada uno empiezan a entenderse de manera implícita y la balanza se desbalancea. Como si nosotras hubiéramos nacido sabiendo cambiar pañales o entendiendo el significado de cada llanto o mirada. En el mejor de los casos, nacimos con paciencia –algo que estaría muy bien que regalaran en los baby showers-.

Les cuento sobre mi sábado. El papá se levantó,…almorzamos juntos y me pidió que me llevara a la nena, así podía dormir siesta (porque en su cabeza estaba claro: para qué va a dormir siesta la mamá si, en el reparto, es ella la que se vuelve del casorio más temprano a levantar a la nena por la casa de los tíos, porque “es obvio que te necesita más a vos, gorda”). Yo que necesitaba un tiempo de apronte para poder pasar ese rato de casorio sintiéndome “un poco linda” (porque “un poco” me alcanzaba), decidí irme a la peluquería; una loca. Con ella, así no jorobaba al papá. Una boba.

Fui a mi peluquera de toda la vida, un lugar “de confianza”. Algo que la beba se tomó tan a pecho que se puso a gritar como Chita, primero porque la dejé en el carro mientras me lavaban la cabeza, luego porque le asustaba el ruido del secador…rato después porque tenía hambre. Terminé con ella a upa, entreteniéndola con peines, peinetas y ruleros; distrayéndola con un desafinado y desquiciado “qué lindas manitos que tengo yo”, y haciéndole el “hico, hico” en distintas intensidades con la esperanza de cansarla. Me secaron el pelo como pudieron y me hicieron las manos en 3 minutos. La peluquería con Alfo resultó ser una hora y media de estrés. Me di cuenta que era la segunda vez que hacía lo mismo; la segunda vez que me juraba no volver con ella a la peluquería. Que más valía pelo despeinado y cara relajada, que cara de trajín-de-sábado-de tarde con brushing.

Llegué a casa y el papá, todavía con la almohada dibujada en la cara, me comentó que se iría al hotel con los amigotes, para despedir al novio antes de la entrada a la iglesia. El tipo tenía su plan, el mismo ritual de siempre. No tenía muy clara la logística nocturna de la beba, pero confiaba en la mamá…porque la mamá siempre sabe lo que tiene que hacer. Y yo acepté de manera implícita. Una boba importante.

Mamá…mamá se quedó bañando a la beba, armando el bolso con juguetes, mantas, pañales, complemento, memas, un par de tetes y algún osito, para que sintiera algo “familiar” en la casa de los primos donde se iba a quedar. Me bañé como pude, hablándole a los gritos para que supiera que estaba a unos metros mientras ella jugaba; me vestí y salí a lo de los tíos. Jugué con ella 20 minutos y la dejé. Ahí también dejé medio corazón porque aún no resolví ese tema, y me traje además un nudo apretadísimo en el estómago. Era la primera vez que se quedaba fuera de casa. Algo que, claramente y a nivel consciente, está muuuy bien. Los papás a veces tenemos que divertirnos y los niños tienen que empezar a ganar autonomía. Lo dice la Trenchi, lo dice el pediatra, lo dicen todos. Lo entiendo pero aún no lo siento; soy primeriza.

Y, como ya les dije: no hay equidad en esto de hacerse padres. El papá no sintió ese nudo, ni vio a la nena quedarse en lo de los tíos… no le preparó el bolso (porque seguramente se hubiera olvidado de la mitad de las cosas). Él se puso su traje (de siempre, porque ni eso tuvo que pensar) y se fue con sus amigotes. Como siempre.

Nos encontramos en la iglesia: “¿cómo se quedó la gorda?”. “Bien”. Y sí, en definitiva, se quedó “bien”, las explicaciones de las corridas previas, de mis sentimientos apretados, del estrés de andar corriendo para llegar medianamente peinada a la iglesia no cuentan si la beba se quedó “bien”. Y nos fuimos a la fiesta.

El lugar de la fiesta era increíble, la comida espectacular, la música híper divertida. Estuve mirando el celular cada media hora por si acaso… decidiendo en la marcha si levantaba a la gorda y me la llevaba a casa a las 2-3 am o le pedía a mi cuñada que me tirara un colchón al lado de la beba. (O… me hacía la re loca y la dejaba hasta el otro día; pero no, no estaba preparada; eso da para otra columna además de para algunas sesiones de psicoterapia).

Por supuesto que como estaba en auto, no podía tomar, y tampoco tenía muchas ganas de hacerlo porque ya eran las 2 am y sabía que 4-5 horas después tenía que encarar como si hubiera dormido la noche entera.

Llegué a levantar a la beba 3.30, directo a darle teta; esa noche, en casa extraña se despertó un par de veces antes de las 7 de la mañana, hora en que decidió ponerse a tararear y encarar el día. Por suerte, siempre se despierta de buen humor.

El papá volvió 6.30 am, se levantó a las 11 am para sacar al perro y volvió a acostarse. Amaneció 18 hs. Roto. Pero tranquilo, porque mamá es mamá y siempre sabe qué hacer con la beba.

Esa mañana de domingo me di cuenta que soy una pelotuda. Y en esa semana, cuando recuperé la calma –además del sueño- decidí hablar con el papá: “Yo no nací siendo mamá, así como tú no naciste siendo papá”. Y el tipo entendió. No tengo claro si fue por mi cara de detone o porque lo comprendió realmente. Al día siguiente me mandó al club, a aprovechar el día de sol y se quedó haciendo la compra del súper por internet. Ese día nació un papá. (Claramente, con una gran cola de paja).
Fuente: http://bigmamiblog.com/2014/04/07/mama-se-nace-papa-se-hace/

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