martes, 8 de octubre de 2013

Volver a trabajar...

Volver a trabajar. Por segunda vez. Los días previos, la vuelta se me hacía más estresante que angustiante. Dejar a dos no es lo mismo que dejar a uno. Implica un trabajo de logística importante. Así que ahí andaba yo haciendo listitas de cosas que no me podía olvidar de hacer esa mañana.


Con un marido que usualmente trabaja desde casa y participa de la organización familiar codo a codo conmigo, todo es más fácil. Pero ese día no estaba. Se tuvo que ir al alba, quedando entonces dos manos para dos chicos, una casa y un perro. Las matemáticas no daban. Previendo el peor de los caos mañaneros, dejé todito preparado la noche anterior.
La ropa de Luci, la de Juli y la mía. La mochila de Luci con el cuaderno firmado , el pic nic y el regalito para el nene que cumplía años. Una notita para Lili con instrucciones sobre qué cocinar para la noche, qué darle de comer a Juli, cómo, cuánto. Dos frasquitos de mi leche descongelándose en la heladera. La cafetera preparada y las tazas del desayuno sobre la mesa. El pan fuera del freezer. La laptop y el saca leche en la mochila. La billetera y las llaves en la cartera. Mi abrigo y el de Luci sobre el sillón.
Me bañé. Me acosté. Puse la alarma a las 7.
Juli tomó la teta a las 6 y durmió un rato más. A Luci todavía no se la escuchaba. Para mí el día ya había empezado. Había empezado bien. Sin embargo, desde que salí de la cama, tuve la sensación de que todo pendía de un hilo. La casa se podía caer en pedazos y los chicos reventar en escándalo en cualquier momento.
Luci se despertó con la idea de comer el postrecito con bolitas de chocolate que le dije 800 veces que era para el postre y no para el desayuno. Ella en remera y bombacha. Yo a medio vestir y con pasta de dientes en la boca. Le dije que no, que para el desayuno tenía yogur con cereales. Escándalo de aquellos. Con muecas del tipo “callate ya mismo que lo vas a despertar a tu hermano”, y sin levantar la voz, intenté calmarla. Pero su llanto ganaba más y más decibeles.
Estaba por volar todo por los aires.
Entonces prendí la tele. Funcionó. Gané unos minutos más de silencio y auto-control. Se distrajo y se olvidó del postrecito. Terminé de lavarme los dientes y peinarme.
Esa noche, como todas y cada una de ellas, se había pillado. Esa mañana, como todas y cada una de ellas, no se quería lavar. Esta vez no había tiempo para negociaciones y buenos tratos así que la metí de prepo en la bañadera. Su pataleta de sirenita enfurecida me empapó. La saqué en tres segundos y medio, la vestí en medio de forcejeos, le puse las zapatillas como pude. La peiné a los tirones.
Bajamos a desayunar.
Prendí la cafetera. Me puse a untar mis tostadas mientras Luci, con un poco de mejor humor, deambulaba por la casa.
Se despertó Juli.
Lo bajé a la cocina así como estaba y con culpa por no tener tiempo de cambiarle los pañales y el pijama. Contra mi naturaleza, tuve que delegar en alguien más algo de todo lo que tenía que hacerse esa mañana. Así que lo senté en la sillita a desayunar con nosotras. A Luci le dí yogur. Pero ella quería mi tostada con dulce.
Así de rápido se hicieron las 8. Última teta antes de irme.
Llegó Lili. Nos vamos. Juli me miraba mientras yo cerraba la puerta. Todavía no me permitía pensar (o sentir) lo que estaba pasando. Fuerte como un roble. Siempre yo. Organizada, sistemática, pecho frío. A bancársela. Así es la vida.
Llegué al jardín. No me olvidé nada. La mochi, el pic nic, el regalito y el librito que manoteó Luci en casa antes de salir. La entregué a la maestra. Chau mi vida, no vemos a la tarde.
Encaré a la oficina. Toda dueña de mí. Ni triste, ni contenta. Organizada.
Pasé por la esquina de casa.
Juli.
Juli. Julito. Te dejé. Me faltan como 8 horas para volver a verte. No te miré a los ojos esta mañana. Casi no pude mimarte. No te cambié ni el pañal. No te hablé. No te expliqué que me iba unas horas pero que después volvía.
Y la mañana al fin estalló. Se me rompió el corazón en pedazos. Me quebré en llanto. Por suerte.
Me perdoné cuando supe que él todavía me amaba y que mi vuelta le hacía olvidar en un instante mi ausencia. Cuando entré a su cuarto esa tarde y nos miramos. Se le iluminó la cara. Sus ojos y su sonrisa me dieron la bienvenida. Me abrazó. Me tocó la cara.
Y buscó la teta. Nos encontramos ahí, en la teta. La disfrutó. Lo disfruté tanto.
La segunda vez es más fácil. Minga. Es igual. Desgarrador. Y mucho más desorganizado. Pero como sólo en medio del caos y el desajuste suelo darme cuenta de lo importante, volver a trabajar también me resulta sanador.

FUENTE: perdisteunzapato.tumblr.com


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