Cuando recibí la noticia de que estaba embarazada me juré no tomar grandes decisiones. Había leído libros y muchas notas sobre cómo las hormonas alteran el estado anímico de las mujeres embarazadas y me aterraba la idea de que mi excitada razón terminara haciendo cualquier cosa. En base a lo que conocía, temí por mi futuro e hice un razonamiento axiomático: si cada mes, cuando estoy ovárica, trato de no mover demasiadas piezas, lo mejor será dejar las cosas lo más parecido al estado inicial. Así fue como hice ese juramento estando aún en lo que yo entendía como “mis cabales”; sintiendo que de esa forma contrataba una especie de seguro contra catástrofes.
Sin embargo, a medida que avanzaban los meses del embarazo me daba cuenta que la toma de decisiones era inminente e inevitable porque lo cierto es que algunas decisiones se deben tomar de manera obligada, como…ponerle nombre al hij@. Esa fue la primera.
También tomé otras decisiones básicas que me duraron poco…como afirmar de modo imperativo “mi hija no usará nada de color rosado” y elegir el coral como color de cabecera. Nadie se enteró de esta decisión y Alfonsina hoy tiene vestidos, remeras, bodies y camperas en toda la gama de rosados que se imaginen. Divina.
A los pocos meses de embarazo tuve que empezar a decidir cosas más trascendentales, de esas que ponen en juego el estilo de vida, e intenté responder a la pregunta: “¿Tendrá sentido tener un hijo si trabajo 12 horas por día fuera de casa? En mi caso, por mi profesión, tenía la posibilidad de dejar un trabajo presencial y trabajar más desde casa. Pero, ¿sería necesario? ¿Cuánto me demandaría el bebé? ¿Me rendiría económicamente? Y la gran pregunta…¿Me gustaría estar en casa casi tooodoo el día? ¿No me darán ganas de tirar a la nena por la ventana? Eran muchas las cuestiones que se me planteaban y si bien sospechaba que las ganas, los tiempos y mi disposición ante todo lo que hasta el momento hacía con mi 100% iban a cambiar, no sabía cuánto.
Hoy, a seis meses del parto y a 15 de la noticia que me cambió la vida, puedo afirmar que la maternidad no se asume de a pedacitos ni de manera controlada y que sobrepasa absolutamente todo esfuerzo conciente. La maternidad te empapa y no hay seguro que valga contra ese baldazo de agua fría –o tibia, mejor dicho-. Y para vivirla hay que dejarse zambullir entera sin tanto cálculo.
Todas sabemos que no se disfruta igual una zambullida con libertad en el mar, que hacerlo con el pelo atado porque justo ayer cuando lo lavamos nos quedó lindo. Es como esforzarse por cuidar algo que, todas sabemos también, quedará arruinado porque seguro se nos mojan esos pelitos de la nuca que nunca llegan al moñete que nos hicimos, y las dos horas bajo el sol de la playa atentan con contra el brillo y textura de nuestro pelo que queda opaco, pegado y con olor a …verano. Al final, es demasiado esfuerzo para disfrutar a medias del mar y del pelo que con seguridad quede limpio pero estropeado.
La maternidad te empapa. Así es. Porque, como bien te lo advierten, ya no pensás nunca más solamente en vos; hay algo más importante y que te ocupa y preocupa mucho más que …tú, tu vida profesional, y todas tus cosas que antes estaban en el top 3 de prioridades y que te desvelaban durante el embarazo. Ya no te importa tanto el club, ya no te importan muchas cosas que antes hacían a tu esencia. Por lo menos los primeros meses, luego les contaré.
Por eso mi juramento sirvió de poco. A los 6 meses de embarazo tomé la decisión de dejar uno de mis trabajos pos licencia maternal. El que más tiempo fuera de casa me insumía. Con esa decisión, mi situación económica se redujo drásticamente. No me importó.
Decidí que necesitaba ayuda en casa, así que busqué a una señora. Eso hizo que mi situación económica siguiera empeorando. Tampoco me importó. Me acomodé.
Pinté una pared del cuarto de la beba de color coral; le compré ropa sin tener idea de cuánta necesitaría por mes pero basada en lo que escuché de muchas abuelas “crecen tan rápido”…compré poca ropa de recién nacido y más para el mes 1, 2 y 3. Usó todo grande, pero ¡qué linda quedaba con todo remangado!
Compré el carrito que más me gustó; el más liviano y el que mejor se plegaba, aunque no tenía ni idea cuáles eran las comodidades que Alfonsina necesitaría. Ahora me doy cuenta que lo elegí sin baranda y que en días Alfonsina empieza a sentarse y también a comer -y no tiene “mesita”-. En ese momento me pareció la decisión adecuada. También elegí una cunita normal y no de las “funcionales” que traen cajones, porque tenía poco espacio en casa…Esa fue una buena decisión.
Y, durante la licencia maternal, como caminaba por las paredes, tomé una decisión que nunca sospeché que fuera a cambiar tanto mi día a día. Arranqué un hobby que hoy se transformó en trabajo: BigMamiBlog. Lo hice a pesar de que me había prometido también “tomarme la vida con calma por lo menos durante el primer año de mi hija”. Arranqué este blog, que nos tiene con mi socia de arriba para abajo entre la planificación de contenidos, reuniones y, por suerte, buenas noticias. Hace unas semanas un “sí, dale” nos llevó a la tele y parece que en algunos meses se podría venir el libro. Falta el árbol, aunque alguna vez tuve un germinador, pero no sé si cuenta. Digamos que me tomé el año con una calma un tanto alborotada. Alfonsina no vino con un pan sino con un blog debajo del brazo. Así son las nuevas generaciones.
Pero les cuento las últimas decisiones…, pensé en cambiar el auto porque cuando salimos con el perro, la beba y nosotros casi no entramos. Pero escuché a mi esposo y la “razón” hizo que entendiera que ni el horno –ni mi economía- estaba para más bollos. Este año además decidimos, tras casi 15 años sin poder hacerlo, tomarnos un mes entero de vacaciones para disfrutar a la beba. No nos importa nada.
Y barajamos la idea de dejar el departamento e irnos a vivir a un lugar con más verde, en algún lugar donde Alfonsina pueda crecer entre patos –sí, les juro que mi marido quiere patos- y otros animalitos…y donde pueda andar en bicicleta sin tantos peligros. No le llevé lo de los patos, pero no descarto el tema de irme a una casa.
Como verán… el seguro contra catástrofes me sirvió de poco. Por suerte no lo tuve que pagar, sino quedaba finalmente y literalmente en bancarrota.
Fuente: http://bigmamiblog.com/2013/12/04/el-hormonazo
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