Puede ser un buen momento para detenernos y analizar qué es lo que ocurre cuando castigamos; mi deseo es que al leer estas ideas, te ayude en las situaciones de duda y desesperación, cuando necesitas reafirmar tu decisión de unirte al movimiento “Prohibido Castigar”.
¿Qué sucede cuándo lo hacemos?
Como la conducta cesa, los padres creen erróneamente que el niño ya aprendió. En realidad lo que ocurre es que deja de hacerlo por temor; su conducta cesa pero sólo momentáneamente y en cuanto tenga la oportunidad volverá a lo mismo. Poco o poco aprenderá a obtener lo que quiere y a evitar la sanción.
Otro efecto indeseable es que los hijos aprenden a “leer” las señales de una autoridad externa para saber si lo que están haciendo está bien o mal y modulan su conducta de acuerdo a estas señales. Es claro que eso es deseable en las primeras etapas del desarrollo, pero más adelante deben aprender a valorar sus acciones por sí mismos, a saber si lo que están haciendo es dañino, a colaborar con otros y a tomar sus propias decisiones.
Pero cuando la única forma de saber si lo que están haciendo es correcto o no es a través de la aprobación del mayor o del correctivo, los niños aprenden que el adulto es el poderoso y ellos los débiles.
De manera que aprenden a obedecer de forma automática, por sumisión y temor, más que por un verdadero aprendizaje de los valores y principios humanos. En un ambiente así, el menor aprende a temer a sus papás y a otras personas, hace lo que se espera de él y esconde lo que es indeseable. Entonces aprende a engañar, pero ¿qué hay en el fondo de esta actitud?
Los padres que castigan confunden el verdadero objetivo de la disciplina: creen que educar es controlar. Y la necesidad de controlar su conducta justifica infringirles dolor y generarles miedo, dando como resultado frecuente individuos inseguros y resentidos que esperan llegar a ser grandes para obtener el permiso de reprender a otros, es decir, sus propios hijos.
La próxima vez que tengas dudas lee estas líneas y decide. ¡Buena suerte!
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